VIOLENCIA TERRORISTA Y LEGALIZACIÓN
Johan Gultang es una de las personalidades más relevantes en el estudio de la violencia. En su teoría sobre la misma, Gultang nos habla de que la violencia se estructura como un iceberg o triángulo, donde la parte más visible de la misma no es la más determinante ni extensa. En ese triángulo de la violencia, la parte superior del iceberg y por tanto la más visible, sería la denominada violencia directa, definida como la acción por comisión de actos violentos con resultados visibles (asesinatos, agresiones, amenazas, extorsiones, etc…). Al ser visible es la más fácil de identificar y por lo tanto menos difícil de neutralizar. En la base de ese triángulo se situarían la denominada violencia estructural y la violencia cultural, también llamada simbólica, que no serían visibles o perceptibles a simple vista, pero no por ello más determinantes e influyentes en comportamientos violentos.
La violencia estructural es aquella que se ejerce mediante ciertos mecanismos muy sutiles que puede ejercer un gobierno, un estado, una sociedad o un movimiento político. Estaría formada por un conjunto de estructuras, tanto físicas como organizativas, que no permiten la satisfacción de las necesidades. Gultang la definía así “aquello que provoca que las realizaciones efectivas, somáticas y mentales de los seres humanos estén por debajo de sus realizaciones potenciales”. La Violencia Estructural se manifiesta cuando no hay un emisor o una persona concreta que haya efectuado el acto de violencia sino que es una estructura. Gultang establecía que este tipo de violencia se subdividía en interna (emana de la estructura de la personalidad de cada uno) y externa (proviene de la propia estructura social, ya sea entre seres humanos o sociedades) , así como en vertical (es la represión política, la explotación económica o la alienación cultural, que violan las necesidades de libertad, bienestar e identidad, respectivamente) y horizontal ( separa a la gente que quiere vivir junta, o junta a la gente que quiere vivir separada. Viola la necesidad de identidad).
Por su parte, para Gultang la violencia cultural o simbólica se definía como la que hace referencia a aspectos de la cultura que la legitiman a través del arte, la religión, la ciencia, el derecho, etc…se expresa desde infinidad de medios (simbolismos, religión, ideología, lenguaje, arte, ciencia, leyes, medios de comunicación, educación, etc.), y que cumple la función de legitimar la violencia directa y estructural, así como de inhibir o reprimir la respuesta de quienes la sufren, y ofrece justificaciones para que los seres humanos, a diferencia del resto de especies, se destruyan mutuamente y sean recompensados incluso por hacerlo. Así, por ejemplo, se puede aceptar la violencia en defensa de la fe, en defensa de la religión o en defensa de una ideología política.
Lo que Gultang principalmente nos enseña en su teoría es que no es posible hacer perdurar una violencia directa sino está apoyada por las otras dos y que incluso, en ausencia de violencia directa se puede seguir estando sometido a una violencia estructural y cultural que sólo se traduciría en violencia directa para intentar hacer perdurar éstas y profundizar en las mismas. Es más, a pesar de que en el triángulo de Gultang, la base del mismo la forman la violencia estructural y cultural y, equivocadamente, las identificaríamos con la base que sustenta la violencia directa que estaría en su cima, la violencia directa no es más que la consecuencia visible de las dos anteriores y nunca la causa de ellas.
Ni que decir tiene que en la conjunción de estos tres tipos de violencia se encuentra la base de perdurabilidad de todos los regímenes antidemocráticos, de carácter totalitario o dictatorial. Pero también en la conjunción de estas violencias o en la ausencia de una o dos de ellas, se pueden encontrar una explicación a la perdurabilidad o no de ciertos grupos terroristas (ETA, IRA, BRIGADAS ROJAS, RAF) o de violencia criminal organizada como las mafias. Un somero análisis de este tipo de organizaciones nos lleva a la conclusión de que aquellos grupos terroristas que han carecido en sus acciones de cierta violencia estructural y/o cultural han tenido un recorrido exiguo y poco influyente en sus sociedades. Este sería el caso de bandas armadas como las Brigadas Rojas en Italia, el Grapo en España o la RAF en la Alemania Federal. A pesar de realizar actos terroristas más o menos espectaculares, carecían ambas de la capacidad de tejer una violencia estructural que las sustentara y/o una violencia cultural que las legitimara ideológicamente en y ante sus sociedades. Las mafias por su parte, ejercían y ejercen una violencia directa bastante aparente y cuentan así mismo con cierto entramado sociológico a través del cual pueden mantener cierta violencia estructural aunque limitada a una esfera sociológica muy concreta, pero carecen de una violencia cultural con la que legitimarse ideológicamente ante el resto de la sociedad. El resultado de todo ello es el colapso de dichos grupos terroristas hasta su definitiva disolución y la continua desaparición de mafias y aparición de otras.
Sin embargo, para el caso de grupos terroristas como el IRA o ETA, estas organizaciones han contando no solo con una gran capacidad operativa para cometer sus atentados, violencia directa, si no que han sabido recrear toda una violencia estructural al margen de sus acciones terroristas con las que extender el fin teleológico de las mismas. Han creado todo un submundo sociológico de la violencia, cierto, pero también, un submundo sociológico de una way of life muy determinada, de carácter endogámico, instrumentalizando para sí ámbitos tan dispares como un look propio, movimientos pacifistas, ecologistas, feministas, festivos-participativos, deportivos, etc…y no tanto para recrear una diferencia identitaria como para ayudar a socializar algo tan, éticamente inaceptable, como la violencia directa, al identificarlo con movimientos sociológicamente más asumibles como los mencionados. Pero estas violencias, directa y estructural, necesitan de un cimiento más sólido para poder perdurar y para ello se ejerce la violencia cultural o simbólica donde legitimarse ideológicamente. No entraré a analizar como lo hacen porque es del todo y por todos sabido, simplemente dejaré anotado que la creación de un grupo político al servicio de estos grupos terroristas y de su estrategia, es el generador principal de las violencias estructural y cultural sobre las que, como ya se ha mencionado, se sustenta la perdurabilidad de un grupo terrorista.
La lucha antiterrorista en España, desde la dictadura franquista hasta nuestros días, ha sufrido una evolución que ha derivado desde la negación u ocultación de los actos terroristas en la época franquista, en un intento de invisibilizar lo visible, es decir, minusvalorar los propios actos de violencia directa terrorista, pasando por la reacción policial inmediata en los primeros albores de la democracia pero sin ningún hilo hilvanador que le diera un sentido más allá de la propia desarticulación de comandos o personas de cara a la opinión pública, para terminar racionalizando que la lucha antiterrorista no podía obviar lo que era evidente, la clara sustentación que ETA tenía a través del ejercicio de la violencia estructural y cultural. De ahí las macro instrucciones judiciales contra todo el entramado cultural, juvenil, mediático y finalmente político que en la última década se han llevado a cabo en la lucha antiterrorista y cuyos resultados estamos viendo hoy en día como realmente eficaces y positivos, que ha llevado a todo su mundo sociológico a cuestionarse, al menos sobre el papel, la utilidad estratégica-política, que no ética-política, de la violencia directa, pero, ¡ojo!, sólo ésa y ninguna más, al menos de momento.
Y es en este escenario donde se dilucida la legalización o no de un partido político que hasta hace unos días servía como catalizador de esa violencia estructural y cultural que ejercía una organización terrorista, ETA. La premisa en la que basan su legalización es el rechazo exclusivo a la violencia directa, pero nada dicen de la estructural y cultural, violencias, estas últimas, que se continúan ejerciendo en nuestra sociedad, pues la existencia de ETA, con todos sus arsenales y estructuras militares operativas, sólo pueden tener un objetivo, el seguir ejerciendo la violencia, en todas sus expresiones, directa, estructural y cultural, de forma latente, con la intención de coaccionar al resto de la sociedad y sus representante políticos para arrancar contrapartidas políticas (penitenciarias incluidas). En definitiva, recrear lo más fielmente posible el escenario norirlandés, con mediadores incluidos, que tan frustrante ha sido desde el punto de vista político, ético y social. Y dado que no ha habido ni sigue habiendo, rechazo expreso a la violencia que aquí y ahora se está ejerciendo por parte de ETA, ni se ha realizado ningún acto expreso a favor de su disolución definitiva, sigue sin haber un rechazo expreso a la violencia terrorista y por lo tanto razones más que suficientes para no legalizar un partido que pretende hacer política a la sombra de un grupo terrorista.
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