Un nuevo mantra mediático va apareciendo poco a poco en la opinión pública y publicada ante el (no) anuncio del final de ETA. Me refiero en concreto a la reconciliación, el nuevo fetiche semántico, que como gran película de estreno, se espera próximamente en los mejores medios de comunicación.
Antes de continuar me gustaría dejar claro, que mientras exista la banda terrorista en activo, que continúa amenazando, extorsionando y cometiendo atracos de aprovisionamiento táctico, me parece una auténtica obscenidad hablar sobre éste y otros temas.
El concepto reconciliación va unido, indefectiblemente, como necesario para una convivencia futura, pacífica y democrática. Para no liarnos, habría que recurrir una vez más al significado de la palabra. Según el DRAE, reconciliación es volver a las amistades, o acordar o atraer los ánimos desunidos. La primera reflexión que se me ocurre es la de preguntarme si realmente en el País Vasco es necesaria una reconciliación para un convivencia pacífica y democrática, que implicaciones tiene el asumir esa necesidad y si no estaremos cayendo de nuevo en la tela de araña de los exégetas filo etarras.
¿Pero qué necesidad tienen las víctimas de reconciliarse con nadie?, ¿Qué necesidad tenemos de compartir cuadrilla, txoko o los triunfos de nuestro equipo con los victimarios? Porque de eso estamos hablando. En eso consiste la reconciliación, ¿no?. Las relaciones entre los individuos de una sociedad están regladas y normativizadas por nuestro ordenamiento jurídico emanado del Estado democrático de derecho. Todos estamos sometidos al imperio de la Ley. Ese y sólo ese es el marco en el que se deben de basar las relaciones interpersonales. Si cuando tengo un problema con mi vecino, me dedico a rayarle su coche, estoy demostrando un déficit democrático preocupante. Si cuando mi vecino no tiene las mismas ideas que yo, le pego un tiro y encima le echo la culpa al sistema, entonces me he convertido en un terrorista. En definitiva, para que la convivencia en nuestra sociedad sea justa, igualitaria y pacífica para todos, debemos exclusivamente someternos todos al imperio de la Ley, asumir y aceptar el Estado democrático de Derecho, con sus imperfecciones y con su posibilidad de mejora, sin duda. Por eso la reconciliación, ni es necesaria, ni es preceptiva para una convivencia en paz. Y mucho menos exigible.
Como describía recientemente Rogelio Alonso, una de las personas mejor informadas sobre el proceso de reconciliación de Irlanda del Norte, tras el proceso de paz, comenzaron a excarcelarse a presos del IRA con asesinatos a sus espaldas. Los medios de comunicación no tardaron en trasladar la posible reconciliación entre víctima y victimario a la televisión, promoviendo programas- encuentros entre ellos. En concreto, en uno emitido por la BBC, que tenía como moderador a Desmond Tutu, se llegó a poner entre las cuerdas a una víctima cuando ésta era inquirida por el moderador que le hacia ver el esfuerzo ético y moral que el victimario estaba realizando al personarse allí y pedirle perdón por los asesinatos cometidos. La víctima se había transformado de repente, a ojos del espectador, en un ser inmisericorde, sin altura de miras, que era incapaz de perdonar por el bien de la comunidad. Ni que decir tiene, que por su parte el terrorista, se había convertido en una víctima de su pasado y de la intransigencia de su nuevo victimario. Así son las cosas en Irlanda hoy en día y algunos lo ponen como ejemplo a seguir.
Este espectáculo mediático ha sido la fuente de inspiración de la película Cinco Minutos de Gloria, de la que también se hace eco Rogelio Alonso. En ella se recrean esos encuentros televisivos para denunciar la perversión moral a la que se somete a las víctimas frente a sus victimarios. El asesino se nos presenta como una persona atribulada, con remordimientos de conciencia por su pasado y por el resultado de sus actos, eso sí, sin un ápice de culpa, pues la misma la dirige hacia esa sociedad, ese submundo de la violencia donde vivía, que le empujaba a cometer esas atrocidades. En definitiva, se nos presenta como una víctima más, susceptible de ser comprendida, perdonada y con derecho a la reconciliación.
El concepto de reconciliación implica, por lo tanto, asumir una ruptura entre los miembros de una comunidad, que los ha llevado finalmente a un enfrentamiento. Puesto que la violencia es reprobable, venga de donde venga, los promotores de la reconciliación hacen tabla rasa, las igualan y las dan por legítimas, pasando por alto la misma y sus causas, poniendo el énfasis en el resultado final, una convivencia pacífica y democrática. Presentada así la situación, despojada ya de cualquier justificación política, la reconciliación se convierte en una obligación ética y moral para ambas partes y muestra a aquellos que no estén por la labor reconciliatoria, como seres inmisericordes, llenos de rencor y odio e insolidarios con sus conciudadanos y con el futuro de la convivencia en su comunidad. Lo que se esconde detrás de este proceso es la relegación al olvido de lo que ha originado esa presunta fractura. La reconciliación no es un proceso unidireccional, no recae sólo sobre la voluntad de una de las partes, la víctima, máxime cuando hasta los terroristas se nos presentan como tal, si no que requiere cierto feedback. En una reconciliación hay que contar con la voluntad de las dos partes a reconciliar, que tanto una como la otra, asuman, quieran y acepten la misma. En definitiva, no se trata de que la víctima se reconcilie con el victimario, si no que éste a su vez, asuma, quiera y acepte esa reconciliación. En suma, se legitime, o al menos, se entienda su actuación pasada. La racionalización consiguiente seria; tú, víctima, te reconcilias conmigo a pesar de mis actos, reconozco tu esfuerzo y te lo agradezco. Yo me arrepiento de las muertes causadas, pero has de saber que yo también hago un esfuerzo, solicitando tu perdón reconozco mis errores pero entenderás que no me quedaba otra solución. Esa inevitabilidad de los hechos diluye la culpa y la carga moral y la expande por toda la sociedad. En definitiva, sin una clara distinción de que no es igual el sufrimiento objetivo de la víctima frente al subjetivo del victimario, la sociedad puede caer en comportamientos coercitivos y coaccionadores hacia las víctimas, que en aras del bien común, promoverá y presionará para que tanto uno como otro la acepten. Y ejemplos claros de este tipo de racionalización la estamos observando ya en personalidades como el Arzobispo de Valladolid, Blázquez, que durante años fue Obispo de la diócesis de Bilbao, cuando manifiesta que ante un final de ETA la sociedad seria magnánima y generosa con ellos.
El concepto de reconciliación incorpora, además, como esas ofertas de la tele tienda, otros conceptos como el perdón. Como apunta Rogelio Alonso, tras una formula verbal vacía, con la solicitud del perdón “se presiona a la víctima, eximiendo de responsabilidad al criminal a cambio de una mera fórmula verbal. Ese perdón artificial reemplaza la imprescindible aplicación de la justicia penal mediante una nueva victimización que desnivela las categorías de víctima y victimario, pues éste se niega a deslegitimar el injusto sufrimiento causado a aquélla. Los asesinos reproducen una propaganda en la que el asesinato es presentado como necesario, expresando únicamente las razones subjetivas que en su opinión lo justificaban. De esa forma el simple reconocimiento formal del daño difícilmente aliviará a la víctima, pues su sufrimiento aparece como necesario y, por tanto, la injusticia cometida no fue tal”.
El concepto del perdón invade la esfera más íntima de la persona y por lo tanto imposible de reglar para un Estado. No hay sistema político que dicte una Ley para obligar a las personas a perdonar. El perdón es un acto privado y por lo tanto inabarcable para el Estado de Derecho. Nada ni nadie tiene la fuerza moral para obligar a una víctima a perdonar a su victimario. Nada ni nadie tiene la fuerza ética y moral para contraponer el esfuerzo redentor del terrorista contra la voluntad privada de la víctima de otorgarle el perdón. Ni el terrorista ni la víctima tienen porque reconciliarse para una convivencia pacífica. Sólo tienen que asumir, aceptar y someterse al imperio de la Ley.
Y eso, y sólo eso, es lo que hemos estado haciendo durante estos cincuenta y un años de terrorismo etnonacionalista. Las víctimas hemos renunciado a responder al mal con mal, a la violencia con violencia y hemos dejado en manos de la administración de justicia, que nos ofrece nuestro estado de derecho, la gestión de la misma. ¿Qué mejores y mayores esfuerzos se nos pueden exigir a las víctimas para promover una convivencia pacífica?
Las causas de la aparición del fenómeno terrorista en los diversos países donde se ha expresado, responden a una idiosincrasia particular, difícilmente extrapolable al resto. Así, intentar proyectar en uno determinado las soluciones que han funcionado en otros es estar condenado al fracaso. Los ejemplos de Irlanda y de Sudáfrica, nos deben de servir para saber qué es lo que no tenemos que hacer más que para lo contrario. El País Vasco no presenta una sociedad dividida, separada o enfrentada por razones políticas, lingüísticas, ideológicas o culturales, aunque algunos no cejen en ese empeño. El País Vasco no necesita una reconciliación, pues no hay nada que reconciliar. No caigamos en la trampa que supone desviar y reducir la reconciliación a un problema entre víctima y victimario, pues confundiremos una vez más, la causa con la consecuencia. Confundiremos una causa política con una consecuencia social. No, lo que hay que reconciliar es al terrorista, al victimario, y sus adláteres, con el Estado de Democrático y de Derecho, que asuma, acepte y se someta al mismo.
O quizás, simplemente estaremos confundiendo también reconciliación con regeneración. Regeneración ética, moral y política de toda una sociedad, porque como apuntaba Iñaki Unzeta, profesor de sociología de la UPV, no es que los terroristas y sus adláteres sean intrínsecamente malos, desde el punto de vista ético y moral, no es que sean manzanas podridas dentro de un cesto, del que hay que apartarlas para que no pudran a las demás, si no que es el mismo cesto el que ya está podrido y el que habrá que cambiar, regenerar de una vez por todas. Pero ese será otro asunto a reflexionar y desarrollar en otra entrada.
Saludos.
Enhorabuena por el artículo y tus reflexiones. Un fortísimo abrazo. Angel
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