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La educación para la paz no consiste ante todo en deslegitimar la violencia, sino en legitimar el Estado de Derecho, sus instituciones y su Constitución.
FERNANDO SAVATER
Entre los diversos problemas que suscita el así llamado Plan de Educación para la Paz, hay uno fundamental pero que todavía no he visto señalado por nadie: se diseñe como se diseñe, a fin de cuentas supondrá educar a muchos niños contra los valores de sus padres. Esto nos remite a una polémica anterior, la de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que tanto escándalo y protestas despertó en algunos sectores sociales reaccionarios. Hasta se consiguió que ciertas criaturas invocasen la objeción de conciencia contra ella, las cosas que hay que ver y las que todavía veremos.
Por supuesto, educar para la paz no es nada distinto -ni mejor, desde luego- a educar para la ciudadanía. Pero resulta que algunos padres tienen valores incompatibles con la paz y la convivencia, así como con la ciudadanía. Si fuese verdad, como algunos han sostenido a la sombra de báculos episcopales, que la transmisión de los valores morales que atañen al civismo es competencia exclusiva de los padres y que el Estado pretenda tener algo que decir en el asunto es una imposición totalitaria, no podrá haber Educación para la Ciudadanía, pero tampoco Plan de Educación para la Paz que valga. Lo chocante es que muchos de quienes sostienen la competencia exclusiva de los padres en esta materia son quienes niegan con mayor vehemencia que las niñas puedan cubrirse con el 'hiyab' por obediencia a las creencias familiares o que niños de cinco o seis años puedan exhibirse con pegatinas a favor de los presos etarras que les han puesto en el babero sus papás. ¿En qué quedamos?
Lo malo de las posturas irracionales en educación -es decir, lo bueno para quienes no las compartimos- es que más pronto que tarde terminan desembocando en flagrantes contradicciones. Es evidente que en cuestión de valores los niños no sólo son educados para vivir en casa con sus familias sino en la sociedad democrática que todos compartimos y bajo las leyes aprobadas por la mayoría que nos rigen. Y los dogmas familiares, respetables en la esfera íntima y privada, dejan de serlo si chocan abiertamente con los del conjunto social cuya armonía pacífica buscamos. Por eso es imprescindible que en el ámbito público de la educación (y toda educación resulta pública en gran medida, sea financiada por fondos particulares o estatales) se ofrezca al menos la alternativa común a las creencias familiares, para que los educandos conozcan que, además de lo que opinan sus padres sobre la vida en sociedad, existen otras formas de ver y sobre todo normas legales que enmarcan los comportamientos aceptables para cualquiera, crea lo que crean en su casa o en su corazoncito.
Cualquier educación en los países civilizados aboga contra el uso de la violencia en la sociedad. Y por supuesto también se ha hecho siempre así en los centros educativos vascos, pues en este bendito lugar no somos más violentos que los demás. Aquí siempre se han desacosejado todas las violencias domésticas y sin domesticar&hellip salvo en un caso: la violencia política, que a veces ha sido más o menos claramente ensalzada como heroica y otras al menos justificada como parte de un 'conflicto' (por cierto, también los maridos que asesinan a sus mujeres lo hacen por algún conflicto con ellas, aunque no sea político).
Si en el País Vasco hay que educar especialmente para la paz no es sencillamente porque haya violencia, la cual ocasionalmente se da en todas partes y ningún educador la recomienda, sino porque cierta violencia política -el terrorismo- ha encontrado justificadores entre los adultos encargados de formar a los jóvenes. Estos antieducadores deslegitiman las instituciones democráticas de modo que dejan implícito que no es tan malo emplear la lucha armada contra ellas. Por tanto la violencia que debe ser denunciada no es la violencia en general sino la violencia política causada por unos motivos ideológicos específicos que se dan aquí pero no en otras partes.
La violencia política que altera la convivencia en paz no puede ser combatida en Euskadi con propuestas generales -es decir, que hablan de cualquier tipo de violencia- ni con remedios exclusivamente morales, que recomiendan la mansedumbre y el amor fraterno. No se trata de elevar a los alumnos a la santidad, sino de convertirlos en buenos ciudadanos, que acepten y aprendan a utilizar medios políticos para afrontar los problemas políticos del país.
La educación para la paz no consiste ante todo en deslegitimar la violencia, sino en legitimar el Estado de Derecho en que vivimos, sus instituciones y su Constitución. Aunque haya padres y políticos que tuerzan el gesto, como otros lo hacen ante el hecho de regular legalmente el aborto o respetar a los homosexuales. Lo demás son cuentos, y con cuentos no se consigue alcanzar la paz sino sólo disimular y prolongar la vieja tragedia que vivimos.
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