08.05.2010 -El CORREO
JESÚS PRIETO MENDAZA
ANTROPÓLOGO Y PROFESOR
Apuntar que Euskadi ha vivido sumergida en una espiral envilecedora de violencia es una obviedad. Negar que esa situación ha producido víctimas de diferente tipo, aunque todas ellas igualmente merecedoras de la condición de víctimas, sería una mentira. Olvidar que la violencia terrorista ha sido la que, de forma cuantitativa, mayor horror ha producido en la historia reciente de este país en forma de asesinados, mutilados, huérfanos, exiliados, extorsionados o amenazados, y que a día de hoy persiste activa, sería una injusticia. Y, finalmente, no reconocer que durante todo este tiempo una gran mayoría de vascos hemos mirado para otro lado, bien por complacencia o por miedo, permitiendo que el huevo de la serpiente incubara entre nuestros jóvenes, se me antoja una ocultación grave.
Ante esta situación, tan descorazonadora como preocupante, ratificada por recientes estudios, como el de Javier Elzo para el Ararteko, se produjo el mandato del Parlamento vasco para acometer una acción decidida. Ésta debía contemplar la deslegitimación de la violencia y la educación para la paz y se concretó por parte del anterior Ejecutivo en lo que conocemos en la actualidad como el Plan Vasco de Educación para la Paz y los Derechos Humanos 2008-2011.
En este contexto y no en otro (como algunos están intentado presentar de forma irresponsable) hay que situar la pretensión del actual Gobierno vasco por incluir las narrativas de las víctimas del terrorismo dentro del segundo bloque de contenidos (referido a los Derechos Humanos, la Cultura de Paz y la gestión positiva de los conflictos) a través de los cuales se ha de trabajar la competencia social y ciudadana de los estudiantes vascos.
Ante este reto, se están lanzando mensajes interesados que Sami Naïr definiría como 'metáforas inquietantes', con objeto de sembrar el miedo para que no se aborde esta formación. En mi opinión, se quiere abonar el terreno para, simplemente, seguir en silencio sin mirarnos a nosotros mismos.
Yo no observo ninguna oscura pretensión de adoctrinamiento en este planteamiento. No obstante, y en esto no podría estar más de acuerdo, se ha de exigir a nuestros responsables políticos rigor, mesura, consenso y altura de miras a la hora de introducir, en el necesario debate en las aulas sobre nuestro particular holocausto, el testimonio de quienes han sufrido el zarpazo del terror.
Estamos ante un paso necesario en el ámbito educativo y son varias las razones que me invitan a apostar por ello: en primer lugar, la constatación de que durante demasiados años la idea del respeto a los Derechos Humanos ha estado en Euskadi encarcelada en una visión limitada de los mismos. Esta visión ha hecho que los vascos mostráramos nuestra solidaridad en ámbitos lejanos y calláramos ante las violaciones ejercidas, en nuestro nombre, no lo olvidemos. Contribuir a reparar la razón desposeída de las víctimas, en palabras de mi admirado Martín Alonso, es un acto de reparación y de justicia.
En segundo lugar, la convicción de que el trabajo y desarrollo de la competencia social y ciudadana exige una deseable y fortalecedora coherencia al profesorado, al alumnado y me atrevería a decir que a las familias y agentes sociales. Quien escuche el testimonio de una víctima de ETA o de los GAL, quien pueda empatizar con el sufrimiento de esa persona, lo estará haciendo con las víctimas de cualquier forma de barbarie fanática o totalitaria.
En tercer lugar, saber que la presencia de las víctimas tendrá una elemental función educadora. No todos los testimonios de víctimas son pedagógicos. En muchos casos, su propio sufrimiento lo impide y en otros el dolor ha podido generar sentimientos poco edificantes (aunque comprensibles desde la situación vivida) que dificultan su testimonio en un ámbito docente. Por eso, las narrativas de las víctimas deben poder llegar a las aulas de muy diversas formas. En la gran mayoría puede ser una presencia objetivada de las mismas, como afirma Xabier Etxeberria, mediante un vídeo, una película, la lectura de un texto... Parece lógico que si existe madurez y sensibilidad del grupo-clase, o bien la evolución a lo largo del curso en esta materia lo permita, se pase a la presencia directa y educadora de una víctima.
Hay que mantener la confianza, contrastada por expertos internacionales y por distintas presencias de víctimas en nuestro entorno cercano, en que estas experiencias contribuyen a cambiar perversas perspectivas sobre la violencia y a modificar comportamientos ante la misma. Porque no nos extrañemos, muchas víctimas, de muy diversas causas, han prestado con un buen resultado desde hace años su testimonio a grupos de adolescentes en las aulas: víctimas del maltrato doméstico, víctimas del sistema penitenciario, víctimas del consumo de drogas, víctimas de la anorexia, víctimas de la represión durante el franquismo, víctimas de la exclusión, víctimas de conflictos bélicos.
En la Alemania posterior al horror nazi, las narrativas de supervivientes de los campos de exterminio han sido una pieza fundamental en la superación del desastre. Algo parecido se ha ensayado en la antigua Yugoslavia e incluso en Israel hay iniciativas conjuntas palestino-israelíes que trabajan sobre los testimonios de las víctimas. Son por ello difícilmente justificables las reticencias a incorporar el relato de una víctima a la actividad que propicia la deslegitimación de la violencia que ha sufrido.
Decía Tzevetan Todorov que la memoria del Holocausto debe ser un instrumento para analizar el presente y evitar ese horror en el futuro. Si ha sido un bálsamo beneficioso en el marco de nuestra actual Europa, ¿qué razones hay para negarlo en nuestro contexto?
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