Bueno, aquí os dejo un enlace de una página web imprescindible para entender lo que ha pasado y lo que está ocurriendo en Euskadi. Os la recomiendo fervorasamente porque todos los artículos que posee son de un altísimo nivel intelectual y probablemene os ayudaran a entender el problema político que hemos vivido y estamos viviendo en Euskadi. Yo me he permitido traeros como entrada la última parte de "Tejiendo la historia de la libertad", dedicada a la memoria de las víctimas de ETA, escrita por Joseba Arregi, uno de los intelectuales mejor y más cualificados del panorama político vasco. Os podeis adherir a la misma en el enlace correspondiente, comentar los artículos etc...Espero que os guste y os ilumine.
La memoria de los asesinados por ETA
Una mirada a la historia de la violencia terrorista a lo largo de los últimos treinta años basta para ver la verdad de lo dicho en las anteriores líneas. La memoria concreta de los asesinados por ETA es el ejemplo que dota de fuerza a las ideas presentadas en las antecedentes reflexiones. La memoria de los asesinatos de ETA pone de manifiesto que nada de lo dicho sobre los riesgos de la libertad es una abstracción. La memoria de los asesinados por ETA muestra a las claras que el esfuerzo argumentativo por entender la democracia no es un mero esfuerzo mental sin conexión alguna con la realidad, sino algo necesario para entender esa memoria y hacer frente a lo que ha causado todos esos asesinatos.
Se trata de asesinatos. Ninguno de los que han sucumbido al terror de ETA quería dar su vida por nada. Los menos eran conscientes de su posible sacrificio a favor de la libertad de la ciudadanía. Todos querían vivir. La vida les fue arrebatada con violencia. Por ETA. Porque ETA no aceptó la transición. Porque ETA no aceptó la reforma. Porque ETA no aceptó el acuerdo entre los vascos que veían de forma diferente su relación con Euskadi. Porque ETA no aceptó la democracia española, no aceptó la Constitución, ni tampoco el Estatuto. Porque ETA no aceptó el estado de derecho, ni la diferencia, ni la pluralidad, es decir, la ciudadanía.
Cada asesinado por ETA es un monumento al Estado de derecho
Lo que ETA ha practicado todos estos años es la negación del elemento constitutivo del Estado de derecho, el monopolio legítimo de la violencia. Esta negación aparece en la argumentación de todo el entorno del movimiento terrorista: no condenan la violencia de ETA porque están en contra de todas las violencias. Por lo tanto también en contra de la violencia legítima del Estado. Pero sin monopolio de la violencia no hay Estado. Y sin legitimidad de ese monopolio, sin someterlo a la presión permanente de tener que legitimarse, no hay Estado de derecho.
No es ninguna casualidad que en las pocas elucubraciones teóricas del entorno de ETA se haya escrito con claridad que ETA está en contra del sistema Estado, no sólo en contra del estado español y del estado francés, sino en contra del sistema Estado como tal. Y sobre todo está en contra de la obligación que asume el Estado de derecho de tener que legitimar su poder. Porque ello supone una limitación del poder absoluto, una limitación de la soberanía, una limitación de la voluntad del pueblo, su sumisión al derecho.
ETA no puede aceptar ningún tipo de sumisión, ni siquiera al derecho -a los derechos humanos- porque el único derecho que está dispuesta a admitir es el derecho que bendice su violencia, su proyecto, su ideal, su sentimiento de pertenencia, su idea de la identidad vasca, su abstracción del pueblo vasco. Y ETA, como todo nacionalismo radical, no está en disposición a admitir limitación alguna a sus pretensiones, a sus deseos, que no otra cosa son sus llamados proyectos políticos: cauces políticos para la materialización absoluta de sus deseos y sentimientos -por eso prefieren tantas veces hablar de movimientos y de sentimiento en lugar de hablar de partido y de ideología-.
En cada asesinado ETA ha instaurado un monumento al Estado de derecho. En cada asesinado ETA ha pretendido acabar con el Estado de derecho, negándole el monopolio de la violencia y discutiendo la necesidad radical de tener que legitimar el poder. En cada asesinado ETA ha creado un monumento a la libertad que es el núcleo protegido y garantizado por el Estado de derecho. En cada asesinado ETA ha construido un obstáculo, imposible de superar, para su proyecto político.
Cada asesinado por ETA invalida su proyecto político
Porque ETA actúa en función de una meta política. Las víctimas seleccionadas por ETA lo han sido en función de esa meta política: o porque representaban el monopolio de la violencia del Estado, o porque representaban la diferencia, inadmisible para ETA, en la realidad vasca, porque poseían, al asesinarlos, la cualidad de hacerle la vida difícil al Estado, y obligarle así a negociar con ella, y destruir con ello su pretensión de ser Estado de derecho en el pleno sentido de la palabra: admitiendo que existe otra violencia que debe reconocer. Los asesinados por ETA lo han sido por ser obstáculos en la realización de su proyecto político. Un proyecto político en el que los individuos como sujetos de derechos y de libertades no tienen ningún sitio. Un proyecto en el que lo único que importa es el pueblo, el colectivo en el que está sumergido cada individuo y en el que alcanza sentido como individuo: borrándose en nombre del colectivo pueblo vasco. En el proyecto político de ETA todo tiene importancia menos las personas individuales: el territorio, el pueblo vasco, los derechos colectivos, la autodeterminación colectiva, la nación cultural etnolingüística -y sólo como consecuencia de ésta la nación política, pero nación política exclusivamente como voluntad general-, el reconocimiento del pueblo vasco.
El individuo, sus derechos y sus libertades brillan por su ausencia. Y por la misma razón brilla por su ausencia en este proyecto político la nación política, como asociación voluntaria de individuos soberanos. La política pierde el sentido de contexto de libertad, de gestión de libertad, para ser la satisfacción obligada de algo predeterminado al individuo. -No es ninguna casualidad que en todas las formulaciones nacionalistas radicales aparezca o bien una vuelta a fórmulas del Antiguo Régimen, o una huida a la rueda revolucionaria sin comienzo ni fin-.
Considerado así el proyecto político de ETA es un proyecto en el que la violencia no es sólo un medio que pudiera ser distinto, sino algo muy adecuado a los fines que persigue. Porque esos fines sólo son alcanzables ejerciendo una considerable violencia sobre la realidad social compleja y plural de la sociedad vasca. Porque esos fines sólo son alcanzables por encima del valor del individuo y de sus derechos y libertades, por encima de la consideración de los individuos vascos como ciudadanos.
Por esta razón la memoria de las víctimas asesinadas es una lección en los derechos de los ciudadanos. En cada asesinado ETA ha instaurado el ejemplo de lo que es un ciudadano: porque en cada uno de ello ETA ha despreciado violentamente al individuo, su derecho, su libertad, su diferencia constitutiva, su complejidad identitaria, su voluntad de asociación con otros individuos, su capacidad de acordar reglas de convivencia sin someterse a destinos predeterminados ocultos en colectivos abstractos. Cada víctima asesinada de ETA es una lección de ciudadanía: la lucha diaria y permanente por la libertad y la democracia sólo es posible sobre la memoria y el respeto a los que ETA ha asesinado precisamente porque no los consideraba, no podía considerarlos en el contexto de su proyecto político, ciudadanos.
La memoria de las víctimas es una cuestión profundamente política
La lucha por la libertad en la sociedad vasca se lleva a cabo en el campo de la memoria de las víctimas de ETA. Es un campo más amplio de lo que normalmente se cree. Es un campo más amplio del que ha llegado a ser aceptado en las tardías convenciones de lo políticamente correcto en Euskadi. Porque la memoria de las víctimas asesinadas por ETA es una memoria política. Y porque es una memoria política molesta, intranquiliza, desestabiliza las conciencias. Es difícil de entender que lo que durante tantos años ha sido el núcleo de toda la política vasca, el definidor supremo de la política vasca, pase a ser ahora, y de repente, algo sin relación alguna con la política, algo simplemente criminal.
Se trataría, si este intento llegara a buen puerto, de la forma más infame de hurtar a las víctimas de ETA de toda su dignidad, de todo su significado, de su condición de ciudadanos ejemplares de la historia contemporánea de Euskadi: significaría decir que no fueron asesinados en nombre de un proyecto totalitario político. Que fueron simples víctimas de la violencia criminal. Sería una nueva forma de asesinarlas, de robarles lo que les constituye como víctimas: la intención de ETA de eliminarlas del camino que conduce a la realización del proyecto político de ETA.
Este último esfuerzo por vaciar de contenido la memoria de las víctimas asesinadas por ETA, junto con muchos otros anteriores, dan testimonio de lo molesta que puede llegar a ser la memoria política de las víctimas. Esta memoria pone radicalmente en duda la legitimidad de un proyecto político, del proyecto político que las convirtió en víctimas. Esta memoria cuestiona directamente el proyecto político nacionalista de ETA y de todo su entorno, de ese entorno que todavía no sabe si quiere, o puede, o le dejan, condenar, sin condenar, a ETA. Esta memoria pone radicalmente en duda el proyecto revolucionario de ETA, el proyecto que trata de eliminar la realidad del Estado de derecho para colocar en su lugar un sujeto histórico revolucionario que sería ella misma y su poder y violencia supuestamente liberadores porque no desembocan en ninguna organización estatal.
Pero esta memoria política de las víctimas asesinadas por ETA también plantea una interrogante para todos los proyectos nacionalistas y les dice que si comparten el proyecto político de ETA en su vertiente nacionalista, su proyecto tampoco es legítimo. Y si no lo comparten, o no lo comparten del todo, que están obligados a plantear su proyecto político nacionalista de una forma radicalmente diferenciada del proyecto político de ETA. No es el nacionalismo en abstracto el que queda condenado en cada asesinado por ETA. Sí, empero, formas concretas de nacionalismo, aquellas que comparten fines con ETA, aquellas que no saben definirse de forma distinta al nacionalismo de ETA, aquellas que permanentemente están mirando de reojo a ETA, aquellas que, explícita o implícitamente, se estructuran mentalmente de la misma forma que el proyecto nacionalista de ETA.
Y no son los no nacionalistas quienes deben llevar a cabo el trabajo de establecer las diferencias adecuadas y necesarias. Son los propios nacionalistas vascos los que lo deben hacer. Pero nunca con cargo a la dignidad de las víctimas asesinadas. Nunca robándoles su significado político. Nunca por la vía fácil, por falsa, de liquidar nominalmente, ahora que interesa, la cualidad política de los crímenes de ETA. El salto mortal que implica pasar de afirmar que los presos de ETA son presos políticos, a afirmar que los atentados de ETA son simplemente crímenes y nada más, no es nada más que eso: un salto mortal sin red, sin argumentos, una farsa para intentar salirse de una soga que aprieta cada vez más, la soga de redefinir el proyecto nacionalista de forma autónoma respecto al proyecto político de ETA.
Nunca, ni en ningún lugar, ha sido posible tejer la historia de la libertad con la mirada puesta en el futuro sin soltar algunas ataduras del pasado. Tampoco el futuro en libertad de la sociedad vasca, el futuro en libertad de los ciudadanos vascos será posible si no sometemos a crítica las ataduras del pasado reciente. Y esas ataduras tienen mucho que ver con la postura que la sociedad vasca, que los vascos han, hemos, adoptado ante las víctimas asesinadas por ETA. La historia de esta posición es una historia de falta de libertad, es una historia de sometimiento, es una historia de huida ante el significado político de las víctimas asesinadas.
La memoria de las víctimas lucha contra el olvido de la historia real y, por ello, es un ejercicio de libertad
Esta falta de libertad se puede apreciar perfectamente en el ocultamiento de la mayor parte de esta breve, pero cruda historia, en los esfuerzos por olvidar la historia real recurriendo a la muy reciente repulsa generalizada de la sociedad vasca ante los asesinatos de ETA. Porque ahora, en los últimos tiempos, la mayoría de la sociedad vasca rechaza la violencia y el terror de ETA, porque ahora la sociedad vasca está dispuesta a arropar a las víctimas familiares de ETA, a mostrarles su cariño, incluso a rendirles homenajes, se quiere hacer ver que eso ha sido así a lo largo de estos últimos treinta años. Pero no es más que un acto de falta de libertad ante la propia historia.
Porque durante la mayor parte de estos últimos treinta años las víctimas asesinadas no han existido en el espacio social público vasco, porque a los largo de casi los últimos treinta años de historia vasca los asesinados de ETA no eran los asesinados de ETA, sino las víctimas del CONFLICTO. Porque a lo largo de muchos de esos últimos treinta años las víctimas asesinadas por ETA eran algo que se podía llegar a comprender, porque no había democracia real en Euskadi, porque nada había cambiado respecto a la dictadura de Franco, porque el pueblo vasco no era reconocido, porque el Estado, España, Francia pisoteaban los derechos colectivos de los vascos, los derechos de Euskal Herria, porque el Estado no reconocía al Pueblo vasco, a Euskal Herria y sus derechos, porque, de reclamar la desaparición de la violencia, era preciso exigir la desaparición de todas las violencias. Y la existencia misma del estado español era ejemplo cruel de la existencia de una violencia que, además, pretendía ser legítima.
La realidad de los asesinados por ETA ha sido una realidad que ha tenido que ir haciéndose sitio poco a poco contra el olvido, la animadversión, la irritación, la comprensión de los verdugos, el poder de ocultamiento del lenguaje, los intereses del nacionalismo vasco, el deseo de comodidad de demasiados. La sociedad vasca ha estado atrapada en esa maraña de miedo, comprensión, olvido, ocultamiento, comodidad, hipocresía, legitimación fácil de la violencia y el terror, disposición a exculpar lo que no debiera haber contado nunca con ninguna disculpa de ninguna clase. Ese estar atrapada de la sociedad vasca ha significado, y todavía sigue significando en la medida en la que no se la reconoce, falta de libertad, una falta seria de libertad para los vascos.
Porque no se trata sólo de ver ahora que la violencia de ETA nunca ha tenido sentido. Se trata de preguntarse por qué durante tanto tiempo hemos podido pensar, demasiados han podido pensar, que sí lo tenía. Porque no se trata sólo de pensar y sentir que las víctimas familiares de los asesinados por ETA necesitan el arrope y el cariño de las instituciones públicas vascas, y de los ciudadanos vascos, sino de mirarse al espejo y preguntarse: dónde he estado yo, qué he hecho yo, qué he pensado, qué he sentido, cómo me he comportado a lo largo de esta espeluznante historia de violencia y terror que ha surgido en el seno mismo de la sociedad vasca. Mientras no se lleve a cabo este ejercicio, al menos en intento, la sociedad vasca no será del todo libre, no se liberará de su propio pasado, un pasado del que no podemos sentirnos nada orgullosos.
De las dificultades de esta mirada crítica necesaria de nuestro propio pasado dan muestra los esfuerzos de lenguaje por ocultar el problema. Se habla de la necesidad de arropar y de dar cariño a las víctimas familiares de los asesinados. Se habla de la necesidad de una deslegitimación social de la violencia y de ETA. Pero se tiene mucho cuidado en no incluir el calificativo de político, ni en lo que se refiere al significado de las víctimas asesinadas, ni en lo que a la deslegitimación de ETA se refiere.
Pero no hay liberación de un pasado del que necesitamos librarnos criticando nuestro comportamiento si usamos el lenguaje para ocultar la realidad. Los asesinados fueron asesinado en nombre de un proyecto político. La violencia de ETA es una violencia política, de intencionalidad y de naturaleza política. No son crímenes pasionales, ni crímenes motivados por la avaricia. Lo que con la violencia de ETA, con la legitimación directa e indirecta de ETA ha estado en juego, es la definición política de la sociedad vasca, el valor del acuerdo político que constituye a la sociedad vasca como sociedad política, el Estatuto de Gernika.
Por estas razones, la deslegitimación de la violencia de ETA no puede ser menos que política si no quiere seguir incidiendo en una legitimación indirecta del terror. Por estas razones, la deslegitimación del terror de ETA debe ser una deslegitimación política, una crítica radical de su proyecto político. Por eso la memoria y el respeto de las víctimas asesinadas debe ser una memoria y un respeto profundamente políticos. Porque nos va en ello nuestra propia definición como sociedad política.
No nos libraremos del pasado si no lo reconocemos. Y no lo reconocemos cuando nos gustamos en la frase de que la sociedad vasca mayoritariamente ha condenado la violencia y se ha enfrentado a ETA. No reconocemos el pasado cuando queremos vernos en el espejo como la sociedad que siempre ha estado con las víctimas familiares de los asesinados. No reconocemos el pasado cuando olvidamos que no hemos querido ver a las víctimas familiares de los asesinados porque su presencia nos molestaba. Y su presencia nos molestaba porque nos colocaba frente a nuestra falta de crítica radical a ETA y su uso de la violencia. Su presencia nos molestaba porque sabíamos que nos obligaba a preguntarnos si no habíamos contribuido indirectamente a crear un ambiente, una atmósfera social, cultural, ideológica, simbólica, de lenguaje, en el que ETA podía respirar y sobrevivir.
La memoria de las víctimas asesinadas, el respeto a esa memoria es un ejercicio de libertad. Un ejercicio que no terminamos de hacer, porque no queremos vernos en nuestra historia de los últimos treinta años. Pero si no nos enfrentamos a esa historia, seguiremos atadas a ella, y ella nos dominará, e impedirá que podamos modelar el futuro con algo de libertad. En la posición que consigamos adoptar en relación a nuestra actitud respecto a las víctimas asesinadas se juega nuestra libertad futura.
La cuestión de la memoria de las víctimas y del respeto que les debe la sociedad vasca no es una cuestión de virtudes privadas, de cariño, de arrope. Es una cuestión profundamente política. Es una cuestión estrechamente ligada a la libertad de cada uno de nosotros. Y la libertad es el núcleo fundamental de la política. No la identidad, no la demarcación frente al extraño o extranjero. Cuánto menos la construcción del extraño o del extranjero y su elevación a la categoría de enemigo. ETA ha constituido a las víctimas asesinadas como preguntas radicales sobre nuestra voluntad de libertad.
La forma correcta de responder a esa pregunta radical sobre nuestra voluntad de libertad se encuentra el ámbito nuclear en el que se define el carácter político de una sociedad, en su definición como sociedad política, en sus documentos, en sus instituciones fundacionales. La sociedad vasca se definió como sociedad política en virtud del acuerdo estatutario, gracias al pacto estatutario, con todas sus consecuencias. En ese pacto se recoge la memoria, se institucionaliza la memoria de las víctimas de la guerra civil y de la dictadura de Franco. Esa memoria es un fundamento de libertad para la sociedad vasca.
Dar continuidad a esa conquista de libertad establecida en el acuerdo estatutario requiere hoy en día referir los fundamentos del acuerdo estatutario, del pacto estatutario que constituye políticamente a la sociedad vasca, a la memoria de los asesinados por ETA, porque esa referencia implica un nuevo compromiso con la libertad en el futuro. De esa manera la memoria de las víctimas quedaría institucionalizada en el ámbito que le corresponde, y los familiares de las víctimas asesinadas podrían pasar a gestionar su duelo en el ámbito privado, posibilidad que hasta ahora se les ha hurtado.
No es cuestión de promover una reforma estatutaria para introducir en el prólogo del mismo una frase que recuerde a las víctimas. No se trata de hacer de la mención explícita de las víctimas asesinadas un fetiche. Lo que importa es que en el Estatuto, en torno al Estatuto, como proclamación del Parlamento vasco, como acuerdo de todos los partidos políticos democráticos, en la figura que sea, se afirme solemnemente que la sociedad vasca sólo podrá entenderse políticamente con legitimidad democrática desde la proclamación del pluralismo, de la complejidad, del derecho a al diferencia interna, a la libertad de identidad y de sentimiento de pertenencia, porque en nombre de la negación de todo ello en la historia reciente vascos han matado y asesinado. Y que ello no puede volver a ocurrir.
Se trata de asesinatos. Ninguno de los que han sucumbido al terror de ETA quería dar su vida por nada. Los menos eran conscientes de su posible sacrificio a favor de la libertad de la ciudadanía. Todos querían vivir. La vida les fue arrebatada con violencia. Por ETA. Porque ETA no aceptó la transición. Porque ETA no aceptó la reforma. Porque ETA no aceptó el acuerdo entre los vascos que veían de forma diferente su relación con Euskadi. Porque ETA no aceptó la democracia española, no aceptó la Constitución, ni tampoco el Estatuto. Porque ETA no aceptó el estado de derecho, ni la diferencia, ni la pluralidad, es decir, la ciudadanía.
Cada asesinado por ETA es un monumento al Estado de derecho
Lo que ETA ha practicado todos estos años es la negación del elemento constitutivo del Estado de derecho, el monopolio legítimo de la violencia. Esta negación aparece en la argumentación de todo el entorno del movimiento terrorista: no condenan la violencia de ETA porque están en contra de todas las violencias. Por lo tanto también en contra de la violencia legítima del Estado. Pero sin monopolio de la violencia no hay Estado. Y sin legitimidad de ese monopolio, sin someterlo a la presión permanente de tener que legitimarse, no hay Estado de derecho.
No es ninguna casualidad que en las pocas elucubraciones teóricas del entorno de ETA se haya escrito con claridad que ETA está en contra del sistema Estado, no sólo en contra del estado español y del estado francés, sino en contra del sistema Estado como tal. Y sobre todo está en contra de la obligación que asume el Estado de derecho de tener que legitimar su poder. Porque ello supone una limitación del poder absoluto, una limitación de la soberanía, una limitación de la voluntad del pueblo, su sumisión al derecho.
ETA no puede aceptar ningún tipo de sumisión, ni siquiera al derecho -a los derechos humanos- porque el único derecho que está dispuesta a admitir es el derecho que bendice su violencia, su proyecto, su ideal, su sentimiento de pertenencia, su idea de la identidad vasca, su abstracción del pueblo vasco. Y ETA, como todo nacionalismo radical, no está en disposición a admitir limitación alguna a sus pretensiones, a sus deseos, que no otra cosa son sus llamados proyectos políticos: cauces políticos para la materialización absoluta de sus deseos y sentimientos -por eso prefieren tantas veces hablar de movimientos y de sentimiento en lugar de hablar de partido y de ideología-.
En cada asesinado ETA ha instaurado un monumento al Estado de derecho. En cada asesinado ETA ha pretendido acabar con el Estado de derecho, negándole el monopolio de la violencia y discutiendo la necesidad radical de tener que legitimar el poder. En cada asesinado ETA ha creado un monumento a la libertad que es el núcleo protegido y garantizado por el Estado de derecho. En cada asesinado ETA ha construido un obstáculo, imposible de superar, para su proyecto político.
Cada asesinado por ETA invalida su proyecto político
Porque ETA actúa en función de una meta política. Las víctimas seleccionadas por ETA lo han sido en función de esa meta política: o porque representaban el monopolio de la violencia del Estado, o porque representaban la diferencia, inadmisible para ETA, en la realidad vasca, porque poseían, al asesinarlos, la cualidad de hacerle la vida difícil al Estado, y obligarle así a negociar con ella, y destruir con ello su pretensión de ser Estado de derecho en el pleno sentido de la palabra: admitiendo que existe otra violencia que debe reconocer. Los asesinados por ETA lo han sido por ser obstáculos en la realización de su proyecto político. Un proyecto político en el que los individuos como sujetos de derechos y de libertades no tienen ningún sitio. Un proyecto en el que lo único que importa es el pueblo, el colectivo en el que está sumergido cada individuo y en el que alcanza sentido como individuo: borrándose en nombre del colectivo pueblo vasco. En el proyecto político de ETA todo tiene importancia menos las personas individuales: el territorio, el pueblo vasco, los derechos colectivos, la autodeterminación colectiva, la nación cultural etnolingüística -y sólo como consecuencia de ésta la nación política, pero nación política exclusivamente como voluntad general-, el reconocimiento del pueblo vasco.
El individuo, sus derechos y sus libertades brillan por su ausencia. Y por la misma razón brilla por su ausencia en este proyecto político la nación política, como asociación voluntaria de individuos soberanos. La política pierde el sentido de contexto de libertad, de gestión de libertad, para ser la satisfacción obligada de algo predeterminado al individuo. -No es ninguna casualidad que en todas las formulaciones nacionalistas radicales aparezca o bien una vuelta a fórmulas del Antiguo Régimen, o una huida a la rueda revolucionaria sin comienzo ni fin-.
Considerado así el proyecto político de ETA es un proyecto en el que la violencia no es sólo un medio que pudiera ser distinto, sino algo muy adecuado a los fines que persigue. Porque esos fines sólo son alcanzables ejerciendo una considerable violencia sobre la realidad social compleja y plural de la sociedad vasca. Porque esos fines sólo son alcanzables por encima del valor del individuo y de sus derechos y libertades, por encima de la consideración de los individuos vascos como ciudadanos.
Por esta razón la memoria de las víctimas asesinadas es una lección en los derechos de los ciudadanos. En cada asesinado ETA ha instaurado el ejemplo de lo que es un ciudadano: porque en cada uno de ello ETA ha despreciado violentamente al individuo, su derecho, su libertad, su diferencia constitutiva, su complejidad identitaria, su voluntad de asociación con otros individuos, su capacidad de acordar reglas de convivencia sin someterse a destinos predeterminados ocultos en colectivos abstractos. Cada víctima asesinada de ETA es una lección de ciudadanía: la lucha diaria y permanente por la libertad y la democracia sólo es posible sobre la memoria y el respeto a los que ETA ha asesinado precisamente porque no los consideraba, no podía considerarlos en el contexto de su proyecto político, ciudadanos.
La memoria de las víctimas es una cuestión profundamente política
La lucha por la libertad en la sociedad vasca se lleva a cabo en el campo de la memoria de las víctimas de ETA. Es un campo más amplio de lo que normalmente se cree. Es un campo más amplio del que ha llegado a ser aceptado en las tardías convenciones de lo políticamente correcto en Euskadi. Porque la memoria de las víctimas asesinadas por ETA es una memoria política. Y porque es una memoria política molesta, intranquiliza, desestabiliza las conciencias. Es difícil de entender que lo que durante tantos años ha sido el núcleo de toda la política vasca, el definidor supremo de la política vasca, pase a ser ahora, y de repente, algo sin relación alguna con la política, algo simplemente criminal.
Se trataría, si este intento llegara a buen puerto, de la forma más infame de hurtar a las víctimas de ETA de toda su dignidad, de todo su significado, de su condición de ciudadanos ejemplares de la historia contemporánea de Euskadi: significaría decir que no fueron asesinados en nombre de un proyecto totalitario político. Que fueron simples víctimas de la violencia criminal. Sería una nueva forma de asesinarlas, de robarles lo que les constituye como víctimas: la intención de ETA de eliminarlas del camino que conduce a la realización del proyecto político de ETA.
Este último esfuerzo por vaciar de contenido la memoria de las víctimas asesinadas por ETA, junto con muchos otros anteriores, dan testimonio de lo molesta que puede llegar a ser la memoria política de las víctimas. Esta memoria pone radicalmente en duda la legitimidad de un proyecto político, del proyecto político que las convirtió en víctimas. Esta memoria cuestiona directamente el proyecto político nacionalista de ETA y de todo su entorno, de ese entorno que todavía no sabe si quiere, o puede, o le dejan, condenar, sin condenar, a ETA. Esta memoria pone radicalmente en duda el proyecto revolucionario de ETA, el proyecto que trata de eliminar la realidad del Estado de derecho para colocar en su lugar un sujeto histórico revolucionario que sería ella misma y su poder y violencia supuestamente liberadores porque no desembocan en ninguna organización estatal.
Pero esta memoria política de las víctimas asesinadas por ETA también plantea una interrogante para todos los proyectos nacionalistas y les dice que si comparten el proyecto político de ETA en su vertiente nacionalista, su proyecto tampoco es legítimo. Y si no lo comparten, o no lo comparten del todo, que están obligados a plantear su proyecto político nacionalista de una forma radicalmente diferenciada del proyecto político de ETA. No es el nacionalismo en abstracto el que queda condenado en cada asesinado por ETA. Sí, empero, formas concretas de nacionalismo, aquellas que comparten fines con ETA, aquellas que no saben definirse de forma distinta al nacionalismo de ETA, aquellas que permanentemente están mirando de reojo a ETA, aquellas que, explícita o implícitamente, se estructuran mentalmente de la misma forma que el proyecto nacionalista de ETA.
Y no son los no nacionalistas quienes deben llevar a cabo el trabajo de establecer las diferencias adecuadas y necesarias. Son los propios nacionalistas vascos los que lo deben hacer. Pero nunca con cargo a la dignidad de las víctimas asesinadas. Nunca robándoles su significado político. Nunca por la vía fácil, por falsa, de liquidar nominalmente, ahora que interesa, la cualidad política de los crímenes de ETA. El salto mortal que implica pasar de afirmar que los presos de ETA son presos políticos, a afirmar que los atentados de ETA son simplemente crímenes y nada más, no es nada más que eso: un salto mortal sin red, sin argumentos, una farsa para intentar salirse de una soga que aprieta cada vez más, la soga de redefinir el proyecto nacionalista de forma autónoma respecto al proyecto político de ETA.
Nunca, ni en ningún lugar, ha sido posible tejer la historia de la libertad con la mirada puesta en el futuro sin soltar algunas ataduras del pasado. Tampoco el futuro en libertad de la sociedad vasca, el futuro en libertad de los ciudadanos vascos será posible si no sometemos a crítica las ataduras del pasado reciente. Y esas ataduras tienen mucho que ver con la postura que la sociedad vasca, que los vascos han, hemos, adoptado ante las víctimas asesinadas por ETA. La historia de esta posición es una historia de falta de libertad, es una historia de sometimiento, es una historia de huida ante el significado político de las víctimas asesinadas.
La memoria de las víctimas lucha contra el olvido de la historia real y, por ello, es un ejercicio de libertad
Esta falta de libertad se puede apreciar perfectamente en el ocultamiento de la mayor parte de esta breve, pero cruda historia, en los esfuerzos por olvidar la historia real recurriendo a la muy reciente repulsa generalizada de la sociedad vasca ante los asesinatos de ETA. Porque ahora, en los últimos tiempos, la mayoría de la sociedad vasca rechaza la violencia y el terror de ETA, porque ahora la sociedad vasca está dispuesta a arropar a las víctimas familiares de ETA, a mostrarles su cariño, incluso a rendirles homenajes, se quiere hacer ver que eso ha sido así a lo largo de estos últimos treinta años. Pero no es más que un acto de falta de libertad ante la propia historia.
Porque durante la mayor parte de estos últimos treinta años las víctimas asesinadas no han existido en el espacio social público vasco, porque a los largo de casi los últimos treinta años de historia vasca los asesinados de ETA no eran los asesinados de ETA, sino las víctimas del CONFLICTO. Porque a lo largo de muchos de esos últimos treinta años las víctimas asesinadas por ETA eran algo que se podía llegar a comprender, porque no había democracia real en Euskadi, porque nada había cambiado respecto a la dictadura de Franco, porque el pueblo vasco no era reconocido, porque el Estado, España, Francia pisoteaban los derechos colectivos de los vascos, los derechos de Euskal Herria, porque el Estado no reconocía al Pueblo vasco, a Euskal Herria y sus derechos, porque, de reclamar la desaparición de la violencia, era preciso exigir la desaparición de todas las violencias. Y la existencia misma del estado español era ejemplo cruel de la existencia de una violencia que, además, pretendía ser legítima.
La realidad de los asesinados por ETA ha sido una realidad que ha tenido que ir haciéndose sitio poco a poco contra el olvido, la animadversión, la irritación, la comprensión de los verdugos, el poder de ocultamiento del lenguaje, los intereses del nacionalismo vasco, el deseo de comodidad de demasiados. La sociedad vasca ha estado atrapada en esa maraña de miedo, comprensión, olvido, ocultamiento, comodidad, hipocresía, legitimación fácil de la violencia y el terror, disposición a exculpar lo que no debiera haber contado nunca con ninguna disculpa de ninguna clase. Ese estar atrapada de la sociedad vasca ha significado, y todavía sigue significando en la medida en la que no se la reconoce, falta de libertad, una falta seria de libertad para los vascos.
Porque no se trata sólo de ver ahora que la violencia de ETA nunca ha tenido sentido. Se trata de preguntarse por qué durante tanto tiempo hemos podido pensar, demasiados han podido pensar, que sí lo tenía. Porque no se trata sólo de pensar y sentir que las víctimas familiares de los asesinados por ETA necesitan el arrope y el cariño de las instituciones públicas vascas, y de los ciudadanos vascos, sino de mirarse al espejo y preguntarse: dónde he estado yo, qué he hecho yo, qué he pensado, qué he sentido, cómo me he comportado a lo largo de esta espeluznante historia de violencia y terror que ha surgido en el seno mismo de la sociedad vasca. Mientras no se lleve a cabo este ejercicio, al menos en intento, la sociedad vasca no será del todo libre, no se liberará de su propio pasado, un pasado del que no podemos sentirnos nada orgullosos.
De las dificultades de esta mirada crítica necesaria de nuestro propio pasado dan muestra los esfuerzos de lenguaje por ocultar el problema. Se habla de la necesidad de arropar y de dar cariño a las víctimas familiares de los asesinados. Se habla de la necesidad de una deslegitimación social de la violencia y de ETA. Pero se tiene mucho cuidado en no incluir el calificativo de político, ni en lo que se refiere al significado de las víctimas asesinadas, ni en lo que a la deslegitimación de ETA se refiere.
Pero no hay liberación de un pasado del que necesitamos librarnos criticando nuestro comportamiento si usamos el lenguaje para ocultar la realidad. Los asesinados fueron asesinado en nombre de un proyecto político. La violencia de ETA es una violencia política, de intencionalidad y de naturaleza política. No son crímenes pasionales, ni crímenes motivados por la avaricia. Lo que con la violencia de ETA, con la legitimación directa e indirecta de ETA ha estado en juego, es la definición política de la sociedad vasca, el valor del acuerdo político que constituye a la sociedad vasca como sociedad política, el Estatuto de Gernika.
Por estas razones, la deslegitimación de la violencia de ETA no puede ser menos que política si no quiere seguir incidiendo en una legitimación indirecta del terror. Por estas razones, la deslegitimación del terror de ETA debe ser una deslegitimación política, una crítica radical de su proyecto político. Por eso la memoria y el respeto de las víctimas asesinadas debe ser una memoria y un respeto profundamente políticos. Porque nos va en ello nuestra propia definición como sociedad política.
No nos libraremos del pasado si no lo reconocemos. Y no lo reconocemos cuando nos gustamos en la frase de que la sociedad vasca mayoritariamente ha condenado la violencia y se ha enfrentado a ETA. No reconocemos el pasado cuando queremos vernos en el espejo como la sociedad que siempre ha estado con las víctimas familiares de los asesinados. No reconocemos el pasado cuando olvidamos que no hemos querido ver a las víctimas familiares de los asesinados porque su presencia nos molestaba. Y su presencia nos molestaba porque nos colocaba frente a nuestra falta de crítica radical a ETA y su uso de la violencia. Su presencia nos molestaba porque sabíamos que nos obligaba a preguntarnos si no habíamos contribuido indirectamente a crear un ambiente, una atmósfera social, cultural, ideológica, simbólica, de lenguaje, en el que ETA podía respirar y sobrevivir.
La memoria de las víctimas asesinadas, el respeto a esa memoria es un ejercicio de libertad. Un ejercicio que no terminamos de hacer, porque no queremos vernos en nuestra historia de los últimos treinta años. Pero si no nos enfrentamos a esa historia, seguiremos atadas a ella, y ella nos dominará, e impedirá que podamos modelar el futuro con algo de libertad. En la posición que consigamos adoptar en relación a nuestra actitud respecto a las víctimas asesinadas se juega nuestra libertad futura.
La cuestión de la memoria de las víctimas y del respeto que les debe la sociedad vasca no es una cuestión de virtudes privadas, de cariño, de arrope. Es una cuestión profundamente política. Es una cuestión estrechamente ligada a la libertad de cada uno de nosotros. Y la libertad es el núcleo fundamental de la política. No la identidad, no la demarcación frente al extraño o extranjero. Cuánto menos la construcción del extraño o del extranjero y su elevación a la categoría de enemigo. ETA ha constituido a las víctimas asesinadas como preguntas radicales sobre nuestra voluntad de libertad.
La forma correcta de responder a esa pregunta radical sobre nuestra voluntad de libertad se encuentra el ámbito nuclear en el que se define el carácter político de una sociedad, en su definición como sociedad política, en sus documentos, en sus instituciones fundacionales. La sociedad vasca se definió como sociedad política en virtud del acuerdo estatutario, gracias al pacto estatutario, con todas sus consecuencias. En ese pacto se recoge la memoria, se institucionaliza la memoria de las víctimas de la guerra civil y de la dictadura de Franco. Esa memoria es un fundamento de libertad para la sociedad vasca.
Dar continuidad a esa conquista de libertad establecida en el acuerdo estatutario requiere hoy en día referir los fundamentos del acuerdo estatutario, del pacto estatutario que constituye políticamente a la sociedad vasca, a la memoria de los asesinados por ETA, porque esa referencia implica un nuevo compromiso con la libertad en el futuro. De esa manera la memoria de las víctimas quedaría institucionalizada en el ámbito que le corresponde, y los familiares de las víctimas asesinadas podrían pasar a gestionar su duelo en el ámbito privado, posibilidad que hasta ahora se les ha hurtado.
No es cuestión de promover una reforma estatutaria para introducir en el prólogo del mismo una frase que recuerde a las víctimas. No se trata de hacer de la mención explícita de las víctimas asesinadas un fetiche. Lo que importa es que en el Estatuto, en torno al Estatuto, como proclamación del Parlamento vasco, como acuerdo de todos los partidos políticos democráticos, en la figura que sea, se afirme solemnemente que la sociedad vasca sólo podrá entenderse políticamente con legitimidad democrática desde la proclamación del pluralismo, de la complejidad, del derecho a al diferencia interna, a la libertad de identidad y de sentimiento de pertenencia, porque en nombre de la negación de todo ello en la historia reciente vascos han matado y asesinado. Y que ello no puede volver a ocurrir.
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